El Archivo General de Indias acogió antes del estado de alarma una magnífica exposición sobre la primera Vuelta al Mundo, que, bajo el nombre El viaje más largo, explicaba cómo se produjo la primera circunnavegación a través de numerosos objetos y testimonios escritos. Y que mejor forma de recorrerla que de la mano y la sapiencia del prestigioso americanista de la Universidad de Sevilla Pablo Emilio Pérez Mallaína.
El recorrido comenzó por el edificio que acoge hoy el Archivo General de Indias de Sevilla. Los comerciantes de la carrera de Indias, de gran poder adquisitivo, solicitaron al rey un espacio donde construir una casa lonja para cerrar sus tratos, que hasta ese momento se hacían en plena calle Sierpes o incluso en el interior de la Catedral si llovía o hacía mucha calor. Y el espacio elegido estaba estratégicamente situado: entre la Catedral y el Alcázar. Por un lado, el poder de Dios; por otro, el poder del rey y, en medio, el poder del dinero. Dos curiosidades, cuando los comerciantes utilizaban el interior de la Catedral sellaban el trato poniendo las manos sobre el altar. Se entiende entonces que los clérigos no estuvieran muy contentos con estas visitas al principal templo sagrado de la ciudad para hacer tratos comerciales. Y casualmente, o no, en el patio de los Naranjos del templo catedralicio se encuentra una imagen del pasaje evangélico de la expulsión de los mercaderes del templo.
Finalmente, el rey Felipe II cedió un espacio perteneciente a las herrerías reales, y su arquitecto real, Juan de Herrera, para construir el edificio, realizado principalmente en piedra, que era un material muy costoso. De esa manera, los comerciantes hacían ostentación de su poderío económico. Aunque arquitectónicamente está considerado como un edificio muy castellano por su escasa luminosidad, estaba diseñado, al igual que todas las lonjas mediterráneas, como un espacio abierto para poder negociar. Constaba de un patio central y dos galerías concéntricas, una interior y otra exterior, que era precisamente en las que, paseando por ellas, se hacían los negocios.
La casa lonja estaba delimitada por unas cadenas que indicaban que en su interior existía una jurisdicción especial, al igual que sucedía en la Catedral, y por tanto juzgaban sus propios pleitos. Para ello nombraban un tribunal de consulado, formado por un prior y dos cónsules, que juzgaba todos los asuntos de una manera rápida; con ello se conseguía que el dinero no estuviera parado mucho tiempo.
Todos los techos están hechos con casetones de estilo renacimiento, todos diferentes, y la escalera principal está realizada en mármol procedente de Málaga, aunque es posterior a la construcción original del edificio. De hecho, en ese lugar estaba situado originalmente la sala del consulado. Fuera del edificio se encuentra la cruz del juramento, que sustituyó al altar como lugar de cierre de los tratos comerciales.
Aunque fue concebido como Casa Lonja de los comerciantes de la ciudad, no funcionó como tal durante mucho tiempo, porque la Casa de la Contratación y el comercio, y con ellos el Consulado, se trasladaron a Cádiz a principios del siglo XVIII. El puerto de Sevilla era seguro, pero no aguantaba barcos que cada vez eran más grandes y además la navegación fluvial no era fácil por la geografía del río y los barcos hundidos. Al quedarse vacío el edificio alojó a okupas de la época… que, por cierto, no eran tan diferentes a los de hoy en día: se tabicaron paredes, se hacían hogueras y, por tanto, los suelos estaban llenos de hollín. Incluso se alquilaban espacios a pintores y entre ellos, el genial Bartolomé Esteban Murillo que tuvo allí una escuela de dibujo.
A finales del siglo XVIII, el rey Carlos III decide hacer una historia de América, en versión española, en respuesta a la que escribe el inglés William Robertson, con la que se inicia la leyenda negra de los españoles en el nuevo mundo. Para ello, lo primero que hace es trasladar en 1785 la mayor parte de los documentos sobre América que estaban en el archivo de Simancas. Los legajos viajaron en carros y por los caminos de la época. Sin duda, fue un auténtico milagro que llegaran a Sevilla en buen estado. El rey encargó el libro sobre la versión española de la Historia de América (Historia del Nuevo Mundo) al historiador y americanista Juan Bautista Muñoz. Pero nunca se terminó de escribir. Sólo escribió un tomo, que abarcaba desde 1492 a 1500.
Al menos, se consiguieron unificar todos los documentos relacionados con la conquista de América en el antiguo edificio de la Lonja de comerciantes, convertido a partir de ese momento en Archivo de Indias. En ese momento se abrió la puerta principal que actualmente se utiliza y se realizó la impresionante escalera de mármol malagueño que da acceso a la primera planta. Actualmente, los legajos se conservan en unas salas especiales construidas en el sótano, que cuentan con estanterías móviles y todas las medidas de seguridad necesarias para preservarlos de cualquier contingencia.
En él se concentran varios archivos, relacionados con la estancia española en América: el estatal o de la corona, el de la Casa de la Contratación y el del Consulado. El que más información aporta es el de Contratación, porque en él se encuentran los traslados de personas y mercancías; la labor científica de la casa de la contratación, como la fabricación de mapas; los juicios, como por ejemplo por ver quién pagaba la mercancía que se habían visto obligados a tirar al agua; las personas que viajaban a América sin licencia y los registros de los barcos, entre otras numerosas cuestiones.
Como curiosidad, a las personas que viajaban sin permiso se les llamaba ‘llovidos’, porque llovían del cielo. Teóricamente se les apresaba y se les devolvía a España. Entre ellos había maridos que habían huido a América y sus mujeres denunciaban en España su huida. Cuando era localizado, que, por cierto, no era lo habitual, lo mandaban a España en ‘partida de registro’ como cualquier otra mercancía. En el libro de registro aparecía “que venía a hacer vida maridable” con su esposa que había pedido que se buscara.
Detalles
Cañón
En la planta baja del edificio hay un cañón procedente del galeón Ntra. Sra. de Atocha, hundido cerca de Florida en 1628 y que fue un regalo a la Reina Sofía durante una visita a ese estado norteamericano. El cazatesoros Mel Fisher tardó varios años en encontrar el Atocha, que contenía el mayor tesoro encontrado nunca en un barco hundido. Se trata de un cañón de bronce, por eso se ha conservado perfectamente a pesar de haber estado tantos años en el agua. Como curiosidad, los cañones de bronce valían más que todo el barco y se situaban en la bodega para darle estabilidad a la nave y sólo se sacaban en el momento del combate.
Arcones
En la planta superior se pueden contemplar dos arcones muy curiosos. El primero de ellos es una caja de caudales donde se guardaban las monedas del Consulado. Por eso eran necesarias tres llaves para abrirlo, al contar con una gran cerradura y dos grandes candados. Para abrir el arca de las tres llaves (que así se llamaba) era necesario poner de acuerdo a las tres personas que disponían de las llaves. El otro es una caja de documentos del siglo XVI que servía para transportarlos con el símbolo de Felipe II.
La exposición en sí comenzaba con el objetivo final del viaje: las especias. La intención de Magallanes no era otra que buscar una nueva ruta hacia el oeste, para evitar rodear la costa africana, dominada por los portugueses, para llegar a las islas Molucas, de donde se obtenía el clavo, que era una de las especias que más se revalorizaba en Europa. Los números eran claros. El valor del clavo en Sevilla era 70 veces mayor que en origen. Los usos de las especias eran múltiples. Principalmente, para sazonar la comida. No hay que pasar por alto que se trata de una sociedad sin lujos, en la que la comida habitual era una especie de papilla de trigo o de cualquier otro tipo de cereal. Había pocas opciones de distinguirse unos grupos sociales de otros. Así, que si adobabas la comida con especias, conseguías esa distinción del resto de la población. En esa época los principales signos de diferenciación eran, sobre todo, la ropa y la comida. Otro de los usos de las especias era retrasar la pudrición de la carne o enmascarar los sabores. También la canela se utilizaba para las bebidas.
Sin duda alguna, el principal objetivo de la expedición fue por dinero. Las personas no se arriesgaban a una aventura tan peligrosa si no fuera para ser más rico.
Otra especia codiciada era la pimienta, pero esta se traía de la India desde la llegada de los portugueses en 1498. Por eso, durante los 20 años que transcurren hasta la expedición de Magallanes se produce una bajada de precio y, sin embargo, el clavo sólo se obtenía en las Molucas. Y por eso era el gran objetivo del navegante portugués. En términos puramente económicos, la expedición de Magallanes produjo un beneficio de un 0,5% al año. Puede no parecer mucho, pero dio beneficio después de los costosísimos gastos, sobre todo la compra de los barcos, así como el mantenimiento y sueldo de los marineros (vivos y muertos).
Hasta la expedición de Magallanes, la referencia para los navegantes era el Atlas Miller, un atlas portugués en el que se reflejaba que el Índico y el Atlántico están rodeados de tierra por todas partes. Así, los portugueses pensaban que a las Molucas sólo se podía llegar por su ruta, por África y navegado hacia el este, mientras que el objetivo de Colón y Magallanes era llegar por el oeste. Españoles y portugueses se repartieron el mundo, creando la primera frontera moderna. Hasta ese momento los países se dividían por accidentes naturales, como ríos o montañas. Dividieron el mundo a través de un meridiano y contrameridiano, lo que también se ha llamado una frontera imperialista, porque da igual por donde pase y si en esos lugares hay población o no. Aunque esa división no era tan fácil de clarificar porque en esa época las distancias este-oeste no se podía medir con exactitud.
El gran impulso a Magallanes se lo dio el rey Carlos I. Era un hombre joven (en 1518 tenía 18 años), que necesitaba hacer grandes hazañas y, por ello, fue muy proclive a recibir nuevos proyectos para aspirar a su gran objetivo, que no era otro que convertirse en emperador como Carlos V. Al contrario, el rey de Portugal, Manuel I, era un hombre mayor, muy tacaño y que todo el dinero que consiguió durante su reinado lo repartió entre los nobles y, en cambio, sus servidores no estaban bien pagados. Uno de ellos era Magallanes, un hidalgo a sueldo del rey, que, tras ser herido en una pierna y serle denegado un aumento de sueldo, se sintió muy dolido y decidió exiliarse a Castilla. En esta decisión influyó notablemente un comerciante castellano que estaba en Lisboa comprando pimienta, Cristóbal de Haro, que representaba dinero alemán. Se dio cuenta que la pimienta estaba bajando de precio y convenció a Magallanes para ir en busca del clavo, mucho más rentable. Varias fueron las razones que empujaron al comerciante castellano a ‘patrocinar’ la idea de Magallanes. Lo principal era, por supuesto, la alta rentabilidad del clavo traído de las Molucas, pero también que el navegante portugués ya había estado en las Indias. Además había una razón familiar, ya que una sobrina suya se había casado con Maximiliano Transilvano, secretario de Carlos V.
La expedición de Magallanes costó 10 millones de maravedíes. Para compararlo, la de Colón costó solo dos. Esta diferencia de coste se debe a la inflación después de 20 años, a que se desarrolló con cinco barcos, los alimentos para todos los marineros… El sueldo del capitán se estableció en 500.000 maravedíes, que era un salario muy bueno. En principio, Cristóbal de Haro se ofreció para sufragar la expedición al completo (en realidad los que pagaban eran los financieros alemanes). Sin embargo, la corona, al darse cuenta que podía ser un buen negocio, decidió que fuera una empresa de la corona y que sufragaría los gastos. Sin embargo, durante los preparativos, el rey necesitaba dinero para convertirse el emperador Carlos V y finalmente el reparto de la financiación fue del 80% por parte de la corona y el restante 20% fue aportado por los alemanes.
Magallanes y el emperador firmaron unas capitulaciones donde acordaban las especiales condiciones de la expedición. Por parte de la corona los firmantes fueron, por un lado, Doña Juana (conocida históricamente como la Loca) y Don Carlos, y por otro Fernando de Magallanes y Rui Faleiro, un cosmógrafo que le proporcionó los mapas al portugués y le expuso al rey la ruta hacia las Indias por occidente. Realmente, los mapas de Faleiro confundían la desembocadura del río de la Plata con el estrecho.
Entre las curiosas condiciones que se incluían en las capitulaciones figuran que a Magallanes se le deba permiso para ir a las Indias, pero no la exclusividad; de hecho, hubo más intentos de navegar por el Pacífico, incluso a través de Panamá, cruzando ríos y montando y desmontando barcos para llegar al lado occidental del continente recién descubierto. Pero ninguno, hasta ese momento, había regresado. A Magallanes también se le permitía quedarse con dos de las islas que descubriese. Las seis primeras serían para el rey y a partir de la séptima podía escoger dos para él. Además del dinero, ese era su principal propósito. Quería sobre todo las islas, porque él era un hidalgo, un noble sin dinero, sin tierras, sin siervos… pero si se convertía en el señor de una isla, pasaba a ser un hombre rico, con tierras y vasallos. Esa ambición la terminó pagando con su muerte.
Magallanes
Fray Bartolomé de las Casas dejó para la historia un retrato escrito de Magallanes, ya que lo conoció durante una de sus estancias en Castilla: “Era un hombre con mucha intensidad en sus actuaciones, pero su figura no le acompañaba. Era bajito, cojo y además tiene mal carácter”. Completa su relato afirmando que “andaba siempre a sombra de tejados” (a cubierto, bajo techo) por temor a las amenazas de muerte que había sufrido de los portugueses.
Tratado de Tordesillas
El presentado en la exposición es el original en portugués, que era el que se quedó la corona española. Con este documento, España y Portugal se repartieron el mundo, fijando una frontera en el mar, el este para los lusos y el oeste para los españoles. Sin embargo existía un problema. No había manera de determinar exactamente qué islas correspondían a cada meridiano. Había que medirlo por diferencia de tiempo y para eso hacía falta un buen reloj, uno de péndulo, que no funcionaba bien en los barcos y por eso a bordo solo llevaban de arena. Y ese problema se escenificaba precisamente en las Molucas, que estaba prácticamente sobre esa línea (realmente estaban en el lado portugués a unos 300 kms del postmeridiano). Finalmente, una vez que Carlos V se dio cuenta de que era más rentable traer las riquezas de América que de las Indias (las expediciones enviadas no regresaban o lo hacían destrozadas), decidió venderle al rey portugués los derechos sobre las Molucas por 350.000 ducados de oro.
Toda la preparación de la expedición quedó registrada. Los españoles eran muy puntillosos (hoy llamaríamos burocráticos) y dejaron muy bien registrados todos los gastos. Por ejemplo, toda la artillería (cañones, pólvora…) costó 160.135 maravedíes. También quedó reflejado el coste de las cinco naos, que no se hicieron ex profeso para la expedición y se compraron en Cádiz. Por ejemplo, la Concepción, “que es de porte de 90 toneles, con sus aparejos y batel” costó 228.750 maravedíes. Se compraron en Cádiz, porque era un puerto con mucho más tránsito que el de Sevilla, que en cambio era más seguro. Se compraron de segunda mano y se subieron hasta Sevilla para repararlas, proceso que se prologó durante un año y medio. La que más costó fue la Victoria, que era la segunda más pequeña, pero la más nueva de todas; la de mayor tamaño era la San Antonio, la que desertó nada más entrar en el estrecho de Magallanes; y la Trinidad era la capitana. Todas estaban pintadas de negro, con betún o resina de pino, para protegerlas de la lluvia. Algunas también estaban cubiertas de plomo en sus partes más bajas para evitar que un molusco denominado Teredo Navalis se comiera la madera.
Ahora que está de moda la palabra confinamiento, no hay que olvidar que las naos eran naves relativamente pequeñas, de unos 20 metros de eslora, en las que viajaban unos 50 o 60 hombres en cada una de ellas. Respecto a la tripulación, hay que destacar que era completamente nueva y formada por marineros de numerosas nacionalidades, sobre todo italianos y portugueses, pero también varios griegos y un inglés, entre otros. También se incorporaron algunos penados, no muchos, que eran obligados a bajar a tierra los primeros para probar el agua y los alimentos. La marinería española tuvo muchas reticencias para apuntarse a la expedición de Magallanes al considerarla demasiado peligrosa y además siempre tenían la posibilidad de ir a América que era mucho más seguro. Además en Sevilla se estaba preparando una expedición a la denominada Castilla del Oro (Panamá), que al menos el nombre era mucho más atractivo.
¿Qué se comía en los barcos?
Fundamentalmente el pan bizcocho (del latín, biscotto). Era un pan cocido dos, tres o más veces, según la duración de la expedición. Mientras más veces se cociera, más seco y duro estaba, pero también evitaba la pudrición. Para comerlo había que mojarlo, si fuera posible en vino. En Sevilla había muchas fábricas de bizcocho y, de hecho, nos ha quedado costumbre de comer lo que hoy conocemos como regañá. Se acompañaba con legumbres y salados: garbanzos, lentejas, habas, arroz y tocino, algo de carne y pescado, todo ello salado. También aceitunas secas, frutos secos, pasas… El fuego se encendía en el propio barco, con arena y ladrillos refractarios donde se colocaba la parrilla. A falta de cocineros, cada uno se hacía su comida en grupos pequeños, de entre 5 a 10 marineros. De ahí viene la expresión “acercar el ascua a mi sardina”. Cuando había tormenta o enemigos cerca no se podía encender el fuego; entonces la llamada ración de combate estaba compuesta por queso y cebollas.
La expedición partió cargada de provisiones, sobre todo mucha agua (toda la que podían) y vino. Cuando un barco llegaba a tierra lo primero que hacía era abastecerse principalmente de dos cosas: leña para cocinar y agua para beber. Durante el viaje pararon cada vez que pudieron: Canarias, Brasil, Argentina… Las mayores travesías sin tocar tierra se produjeron en el Pacífico (tres meses) y en la travesía por el Índico y el Atlántico (cinco meses).
A pesar de la confianza que la Corona tenía en Magallanes, no todo el mundo pensaba lo mismo. El rey disponía de un asesor encargado de supervisar las expediciones a América, el obispo de Burgos Juan Ramírez de Fonseca, que no veía con buenos ojos que la expedición fuera al mando de un portugués. Por ello, poco antes de partir nombró una especie de segundo comandante, Juan de Cartagena, del que se decía que podía ser su hijo, y al que tenía que consultarle Magallanes todas las decisiones que adoptase. Cosa que, por supuesto, le sentó muy mal al marinero luso. Como era de esperar, esa bicefalia no funcionó. Todo ello iba minando la moral de la tripulación y creciendo el mal ambiente, que, unido al frío y al hambre, trajo como resultado un motín al llegar a la Patagonia, siete meses después del inicio del viaje. Magallanes no se amilanó y sofocó violentamente la rebelión. Abandonó en una de las islas a Juan de Cartagena, al que no mató debido a su estrecha relación con Ramírez de Fonseca, y condenó a muerte a 44 tripulantes. Finalmente perdonó a 40 de ellos, porque el resto le hizo ver que se quedaría sin marineros para seguir adelante con la expedición. Como curiosidad, Elcano fue uno de los participantes en el motín, que, aunque salvó la vida, pasó a tener un papel secundario hasta la muerte de Magallanes.
La costumbre española de dejarlo todo registrado nos permite conocer mucho más sobre los marineros que protagonizaron la expedición. Por ejemplo, cuando morían se anotaba la fecha del fallecimiento y cuanto había que pagarle a su viuda o herederos. En la sección de contratación del Archivo de Indias existe una sección de bienes de difuntos. Cuando un marinero fallecía, el escribano de a bordo tenía que tomar nota de sus pertenencias, que por lo general no era mucho (una camisa vieja, una caña de pescar, una guitarra…) y todo eso se vendía en almoneda (se rifaba) y el dinero obtenido se entregaba a su viuda. Hay que tener en cuenta que durante el tiempo en e que los marineros estaban embarcados, sus esposas no recibían ningún ingreso. Y eso que en Sevilla se conoce que no era extraño el trabajo femenino: albañiles (azogueras), alfares en Triana y en el sector servicios, como vendedoras de cera, de quincallas, pescaderas…
Llegada al Estrecho de Magallanes
Una vez que la expedición abandonó Brasil comenzó el invierno austral, lo que les obligó a parar en la Patagonia. Allí se produjo el motín, como consecuencia del frío y el hambre. También perdieron un barco (la Santiago), que salió a pescar y cazar animales marinos (morsas, focas) y al entrar en una bahía el mar lo estrelló contra las rocas. Los marineros consiguieron salvarse y regresar andando donde se encontraban el resto de compañeros. Lo que no sabían es que habían parado varios meses y estaban muy cerca del Estrecho, a sólo unos 300 kms.
Una vez pasó el invierno austral, por fin entran en el Estrecho, muy largo (550 kms) y peligroso. Tardaron más de un mes en cruzarlo en su totalidad, más de lo que tardó Colón en llegar desde Canarias a las Bahamas (34 o 35 días). Dada la peligrosidad del estrecho y que solo navegaban bien con el aire a favor, iban con muchas precauciones: paraban de noche e iban con botes auxiliares delante de los barcos sondando la profundidad existente. A pesar de ello, el único barco que no salió al Pacífico no fue por un accidente sino porque los marineros de la San Antonio, muchos de ellos descontentos tras el motín, decidieron volverse. Supuso un problema grande, porque se traba de la nao más grande y, por ello, la que más alimentos transportaba. Al llegar a España, en un primer momento los metieron en la cárcel, pero después de testificar que Magallanes había matado a varios marineros y había dejado abandonado en una isla a Juan de Cartagena, se les puso en libertad.
Cuando se descubre el cabo de San Vicente, nunca más se utilizó el estrecho para las comunicaciones. De hecho hoy, navegar a vela es muy complicado, sobre rodo el paso del Atlántico al Pacífico debido a las corrientes. Sigue siendo un paso muy peligroso y hoy día se cruza principalmente por Panamá.
El gran descubrimiento del viaje no fue que la Tierra era redonda, que eso ya se conocía, sino el tamaño del planeta. El Pacífico tiene 165 millones de kilómetros cuadrados; en comparación Italia tiene 300.000, España más de 400.000 y América 42 millones. Todos los continentes caben en el Pacífico. Tardaron tres meses en cruzarlo y se quedaron sin alimentos. Se lo comieron todo, incluidas ratas, serrín o el cuero que cubría las maderas, convenientemente remojadas para ablandarlo. Murieron 30 personas durante el paso del Pacífico.
Si el gran objetivo de Magallanes era convertirse en señor de un territorio, la intención de Elcano, que era un maestre (dueño de un barco) y tuvo que vender el suyo, era recuperar su embarcación. No hay que olvidar que todos los que emprendían una aventura como esta era hacerse rico. Y como el sueldo no daba para ello, recurrían a las quintaladas. Cada marinero tenía derecho a un quintal, alrededor de 100 kg, y para ello le daban un espacio en la bodega para que se trajeran especias e hicieran sus propios negocios. Por ejemplo, el sueldo de Elcano era de 100.000 maravedíes y con lo que se trajo en especias ganó cinco veces más. Todos los marineros ganaban por más por las quintaladas que por el sueldo que recibían. Elcano sólo con su sueldo ya podría haberse comprado un barco, pero finalmente no lo hizo. Decidió enrolarse en una expedición posterior a las Molucas junto a tres hermanos y un cuñado, con fatal desenlace, porque murieron todos.
A Magallanes le sorprendió su muerte debido a la ambición por quedarse con algunas islas. Al llegar a la isla de Cebú, le gustó y quiso quedarse con ella. Lo primero que hizo fue bautizar a todos los habitantes e incluso les regaló un Niño Jesús (que aún se conserva y está considerada como una de las imágenes más sagradas de Filipinas). Cundo cree que tiene el control sobre la isla, el gobernante le dice que hay otra (Mactan) que no admite la autoridad del rey de España. Decide ir allí con solo 50 soldados para demostrar que la tecnología de guerra europea era invencible. Y se confía. Demasiado. Tuvieron que dejar las barcas muy lejos de la playa, dejando en ellas la artillería y desembarcaron sin protegerse las piernas. Se toparon con 1.500 indígenas armados con armas de hierro, que los rodearon y los mataron. Cuando vuelven derrotados a Cebú, su gobernante se da cuenta que los europeos no son tan invencibles. Invita a los 50 principales miembros de la tripulación a una comida y los mata a todos. A este episodio se le llama la ‘traición de Cebú’. Elcano y el cronista Pigaffeta se salvaron porque el primero estaba caído en desgracia desde el motín de la Patagonia y el segundo porque se encontraba herido tras la batalla de Mactan.
A la hora de proseguir su viaje, y con tantos muertos, se dieron cuenta que no tenían marineros suficientes para completar los tres barcos que le quedaban, así que tomaron la decisión de quemar el que estaba en peor estado (la Concepción). De las dos embarcaciones restantes, una de ellas tenía una gran vía de agua, que tardaron varios meses en reparar, por lo que salieron por separado. La primera de ellas (La Victoria), con los vientos favorables para navegar hacia el Índico, emprendió el viaje de vuelta a España, mientras que la segunda (la Trinidad), tras la reparación, se encontró con vientos menos favorables y decidieron ir hacia el Pacífico para encontrarse con los españoles en Panamá. Pero no lo lograron. Gracias a la crónica de uno de sus marineros (el jerezano Ginés de Mafra) sabemos que al no llegar a las costas panameñas se entregaron a los portugueses en las Molucas. Los metieron en prisión a la espera de que se murieran, en vista de las malas condiciones en las que estaban. Sobrevivieron solo tres o cuatro que llegaron a España, vía Lisboa, entre ellos Ginés de Mafra. Al llegar se encontró solo, lo habían dado por muerto, después de cuatro años preso, y su esposa se había casado con otro… no le quedó otra que volver a embarcarse en posteriores expediciones al Pacífico.
El barco que regresó, la Victoria, se llevó cinco meses sin tocar tierra. Desde la isla de Timor hasta Cabo Verde, huyendo de los portugueses. Intentaron acercarse al cabo de Buena Esperanza, pero les resultó imposible porque el viento los empujaba hacia la costa y pusieron rumbo a Cabo Verde, en posesión de Portugal. Para no ser descubiertos de que procedían de las Indias dijeron que llegaban de América. Necesitaban comprar arroz y agua. Pero cometieron un error al pagar con el clavo traído de las Molucas, con lo que dejaron en evidencia su procedencia. Capturaron a 13 marineros y el resto cortó las amarras y puso rumbo a España. Los capturados consiguieron regresar tras la boda de Carlos V con Isabel de Portugal (1526), precisamente en Sevilla, lo que relajó las tensas relaciones hispano-lusas.
Entre la documentación que se podía ver en la exposición está la relación de personas y como iban muriendo. Este documento está realizado por un escribano de la Casa de la Contratación a la vuelta de le expedición. Era habitual que cada barco llevara su propio escribano para dejarlo todo registrado por escrito. “El capitán Fernando de Magallanes, a 27 días de este dicho mes de abril (1521) mataron al capitán Fernando de Magallanes unos indios en la isla que se dice Matán, yendo el dicho Fernando de Magallanes a pelear con los dichos indios” (transcripción de la entrada que narra la muerte de Magallanes).
La vida en los barcos
La vida en las naos era complicada y bastante apretada. La bodega, de cubierta para abajo, estaba destinada solamente para la carga y el agua, no era habitable. La tripulación se dividía entre la proa (el castillo), donde vivía la mayor parte de la marinería, y la popa, que era la zona reservada para los oficiales. Cada uno dormía donde podía, con un colchoncillo y, si no había sitio, en cubierta y se mojaban. Por eso, la tasa de mortalidad era tan alta, porque las condiciones a bordo de los barcos eran muy duras.