Autor/es:
Rodríguez Moya, Inmaculada

De todos los géneros artísticos que las artes plásticas han abordado a lo largo de los siglos en el arte occidental, el que ha tenido una mayor pervivencia y presencia ha sido desde luego el retrato. Algunos géneros han conocido momentos hegemónicos -como el arte religioso- para ser finalmente arrinconados. Otros -como las representaciones históricas o mitológicas- han florecido en función de determinadas circunstancias políticas y culturales. Algún otro género -como el paisaje o el bodegón en la pintura-, vigentes hoy en día, tardaron mucho en aparecer en el panorama artístico. Los hubo que -como el arte erótico- se desarrollaron en la clandestinidad de los ámbitos privados. Pero el retrato -en pintura, escultura, dibujo, grabado, fotografía y demás técnicas y soportes- ha estado siempre presente desde el inicio de las primeras civilizaciones y durante cinco milenios. Desde el Egipto faraónico a las vanguardias del siglo XX, todos los ciclos culturales han conocido en mayor o menor medida el apogeo del retrato, y pocos han sido los artistas que aunque sea esporádicamente no han practicado este género, incluso aquellos que a lo largo de la centuria pasada se han caracterizado por la ruptura frente a las tradiciones. Aunque no siempre la relevancia del retrato en el arte ha sido la misma: capital en el arte clásico, tanto en los espacios públicos como privados, a lo largo de la Edad Media su número disminuye. Pero desde el Renacimiento italiano la importancia de los retratos se acentúa en una progresión no interrumpida hasta la actualidad: el arte en el mundo moderno y contemporáneo es, entre otras cosas, una sucesión de rostros y efigies que nos contemplan desde el tiempo pretérito.