Autor/es:
Santamaría García, Antonio

"Sin azúcar no hay país". En las décadas posteriores a la crisis de 1930, los azucareros cubanos esgrimían ese "slogan" para defender sus posiciones en política comercial y económica frente a los productores industriales, que reclamaban protección arancelaria y otros incentivos aduciendo que "sin industrias no hay nación". Esa contraposición, aunque en épocas anteriores se definía más bien en términos de especialización "versus" diversificación agraria, es antigua en la isla, hunde sus raíces en las postrimerías del siglo XVIII y se sintetiza en la conocida sentencia de F. Arango y Parreño, "producir azúcar o sucumbir".
La intención al comparar dos momentos tan distantes en tiempo y problemas no es simplificar la evolución económica de la Gran Antilla, todos lo contrario. Entre ambos hay una larga historia de especialización productiva, pero no por ello, por que ésta fuese en última instancia la alternativa triunfante, una historia lineal o poco compleja, sobre todo en los años conocidos como el período de entreguerras, en el que, frente a épocas precedentes, la situación del mercado mundial y el desarrollo de las economías de otros países latinoamericanos, tradicionalmente especializadas también, en mayor o menor medida, permitió la consolidación de un proceso de industrialización, destinado sobre todo a satisfacer la demanda interna, que acabaría desplazando a las exportaciones como sector más dinámico y motor de crecimiento de aquélla. La cubana, con sus peculiaridades, se enfrentó a dificultades parecidas a las de tales países; incidieron en ella factores externos muy similares, pero el desenlace que se puede deducir de la contraposición esbozada en el párrafo anterior fue diferente en lo que respecta a los cambios en su estructura. No tanto en otras variables, como se demuestra a lo largo del libro.